-- Hola
- Tu eres un muy buen amig@ y sé que puedo confiar en ti, tengo un problema, estoy preocupad@
-- Cuentame, ¿qué sucede?
- Resulta que....
-- Ah, ya veo, es algo de cuidado, pero por que no haces esto...
- Ya lo había pensado, pero sucede que...
-- Bueno, lo que creo que está pasando es que...
- Si, ya lo sé y la verdad es que eso mejor no...
-- Entonces haz esto...
- No, eso no creo que funcione...
-- Sabes, si ya has pensado en todo eso, ¿para qué me preguntas?
- ...
Creo
que en algún momento hemos sido alguno de esos personajes, y lo entiendo, hay
veces que tan solo se quiere hablar y nada más. Sin embargo, dentro de nosotros
buscamos una respuesta milagrosa a un problema o situación al cual ya le hemos
encontrado solución.
Me
he dado cuenta que el ser humano siempre ha sabido que hacer, dentro de si sabe
que es lo que tiene que hacer, a pesar de ello, acude a una segunda opinión
esperando algo diferente, pero recalcando que ya ha pensado en todo y la típica
frase (o afines): Si, ya se.
No
creo que esto ocurra con todas las personas, pero en la mayoría creo que se
resume a una simple falta de decisión, a un miedo por tomar decisiones por sí
mismo. Nos criamos en un mundo en donde acostumbran a la gente a que no tiene
que pensar mucho para decidir, que muchas cosas ya están decididas y poco a
poco se olvidan de desarrollar esa habilidad que cuando llega el momento
simplemente se paralizan. A pesar de todo, instintivamente nuestra mente genera
suficientes ideas para llegar a una posible solución, pero el miedo a arriesgar
opaca todo y ahí es cuando recurrimos a alguien más para tener a quien culpar
si algo sale mal.
Ahora,
no es que esté en contra de que uno consulte a alguien más o que acuda a una
segunda opinión, pero quisiera dar una sugerencia: Hágase el favor de no perder
su tiempo consultando a personas si usted ya tiene la respuesta, no pierda el
tiempo y haga lo que tiene que hacer, sea capaz de asumir las consecuencias de
sus actos.